ENTRE LA IRREVERSIBLE REVOLUCIÓN Y EL PELIGROSO TRIUNFALISMO
Se torna
irreversible este proceso de cambios. La Venezuela del siglo XXI es otra. La
descomunal marcha del 1ro de Mayo así lo demuestra. Esta gran humanidad ha
dicho basta y ha echado andar y su marcha de gigante ya no se detendrá hasta
conquistar la verdadera independencia, afirmaría Fidel Castro en aquella
histórica Segunda Declaración de la Habana. Por cierto, también un fabuloso 4
de Febrero. No obstante, resulta vital e indispensable no andarse con
triunfalismos. Hacemos un contundente llamado sobre ese hecho que produce
achante, que paraliza. La inmovilidad por el exceso de triunfalismo puede echar
la gran vaina. La consigna: son diez, son diez, son diez millones, son diez,
cobra fuerza inusitada y constituye un llamado de alerta. Que nadie se quede en
casa. El compromiso es trascendente. América Latina se quebraría si llegáramos
a perder y la única manera de que ello sucediera, en este momento, es por el
exceso de triunfalismo. Así como se participa en las marchas, gloriosas, llenas
de alegranza, infinitamente contundentes; resulta necesario ir a votar de igual
manera. Votar con la furia de la humanidad doliente, votar para alcanzar los
sueños. Votar con frenesí. Se aproximan tiempos de conspire y violencia
orquestados desde el imperialismo yanqui con sus operadores políticos de estas
tierras. Las oligarquías, mediática, financiera, católica y militar buscaran
los atajos. Ellos significan muertes; el movimiento popular representa fiesta,
vida, conquista, compromiso, revolución. La militancia onírica tiene la palabra. Que retumbe la
diana. Que los salmos combatan a la necrofilia. Que una arrechera cívica se
impulse sobre la pradera, que salga de los barrios bravíos, que la unidad,
dentro de la diversidad, sea el pan nuestro de cada día. No hay tiempo para
dudar, menos para la incertidumbre. La historia tendrá que contar con los
pobres de América. Hoy cobra demasiada fuerza lo dicho por José Martí: de vez
en cuanto es bueno estremecer al mundo para que lo podrido caiga a la tierra.
POR
EFRAÍN VALENZUELA